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Graduarse de una universidad reconocida es un privilegio en un mundo en el que la mayoría no tiene los medios económicos para hacerlo. Y construir una carrera científica “exitosa” es un reto que tiene aún más barreras económicas, estructurales y de lenguaje.
Lina Pérez-Ángel conoce bien este camino. Su madre fue la primera mujer de su familia que migró de Caparrapí, un pequeño municipio en Colombia, a la ciudad capital de Bogotá. Y, aunque Pérez-Ángel y sus hermanos nacieron y se criaron en la ciudad, ella recuerda viajar al pueblo de su mamá, un lugar que ella también identifica como su casa, durante su infancia. Ese arraigo a Caparrapí despertaría su interés por investigar el paleoclima de la cordillera este de Colombia.
“No crecí en ese mundo de la ciencia y la curiosidad”, dijo Pérez-Ángel, quien originalmente quería ser chef pero empezó su carrera académica estudiando ingeniería debido a la influencia de su madre. (Más tarde encontraría su verdadera pasión en las geociencias).
Cuando era estudiante de licenciatura en la Universidad de Los Andes en Bogotá, Pérez-Ángel empezó a notar un patrón en las lecturas requeridas para las clases: no importaba qué materia estuviera estudiando, los apellidos europeos y norteamericanos dominaban la literatura. Además, gran parte de los académicos de la facultad venían de fuera de Colombia. Incluso entre los profesores colombianos, los más reconocidos habían obtenido sus grados académicos fuera del país.
“Era algo que estaba en mi subconsciente… que si quería convertirme en una [reconocida] profesora o investigadora, me tenía que ir”.
“Ustedes tienen que irse, irse de aquí para hacer ciencia” fue el consejo que Pérez-Ángel recuerda haber escuchado de sus profesores con más frecuencia. Ese consejo estaba influenciado por dos ideas. La primera era que los países del Norte Global tenían más financiamiento y una mejor infraestructura para hacer ciencia. La segunda era la difundida creencia que aprender acerca del mundo fuera de Colombia le daría a los estudiantes una nueva perspectiva para su investigación.
En ese momento a Pérez-Ángel ambas ideas le parecían coherentes, pero la insistencia con la que las escuchaba también la hacía sentirse presionada. “Llegué a creer que [quedarme en Colombia] era como fracasar”, recalcó Pérez-Ángel. “Ahora me trago mis palabras, pero en ese momento era algo que estaba en mi subconsciente… que si quería convertirme en una [reconocida] profesora o investigadora, me tenía que ir”.
Pérez-Ángel comenzó a involucrarse más de cerca en los proyectos de sus profesores de licenciatura, lo que le permitió a unirse al Instituto Smithsonian de Investigación Tropical en Panamá. Las conexiones que creó ahí le abrieron la puerta a más oportunidades. Eventualmente, terminó su doctorado en el departamento de ciencias geológicas de la Universidad de Colorado Boulder y ahora es investigadora asociada postdoctoral en la Universidad de Brown.
La experiencia académica de Pérez Ángel no es única, otros estudiantes de universidades latinoamericanas también han optado por tomar este camino. La visibilidad global juega un papel importante para establecer las carreras científicas, no sólo en términos de reconocimiento, sino también para conseguir financiamiento, becas y recursos para seguir haciendo ciencia. La búsqueda por esa visibilidad global provoca la presión de estudiar en el extranjero.
Sin embargo, este reconocimiento en la llamada “ciencia global” implica ajustarse a las normas, ideas y a la gente que lidera la investigación en las instituciones científicas hegemónicas mundiales, aquellas del Norte Global.
La internacionalización: una calle de un solo sentido
En 2019, la investigadora argentina Magdalena Martínez, una doctorante en educación superior en la Universidad de Toronto, se interesó en las formas en las que el involucrarse con grupos internacionales afecta las actividades de investigación de los científicos brasileños altamente citados. En otras palabras, analizó en qué medida las conexiones, los intercambios académicos, los estudios de grado y las colaboraciones internacionales podrían haber impulsado las carreras de los investigadores.
Para identificar a los científicos brasileños más citados, Martinez y su equipo usaron la lista anual de los científicos más citados del mundo, publicada por Clarivate anualmente desde 2015. Estas listas se obtienen de las bases de datos y métricas de la Web of Science, las cuales “identifican científicos que hayan demostrado una amplia y significativa influencia en su campo de investigación elegido”.
De entre los 4,058 investigadores más citados en el mundo en 2018, 65% eran de los Estados Unidos, 13% eran del Reino Unido y 13% de China. “Sin sorpresa alguna”, señalaron los autores, los científicos afiliados a las universidades brasileñas ocuparon una posición más marginal que sus pares occidentales o chinos, con sólo nueve de los 4,058, menos de la mitad del uno por ciento.
Martinez y su equipo revisaron más de 1,500 artículos para analizar el año, las citas, el tipo de autoría y colaboración, y los países de donde provenían los colaboradores de las publicaciones. Los currículum de los autores también se analizaron.
El equipo encontró que de los nueve autores brasileños altamente citados, casi todos formaban parte de redes de investigación global. Ocho de ellos tuvieron experiencias internacionales de entre 1 a 10 años, principalmente en los Estados Unidos y en Europa. Esas experiencias y conexiones (creadas principalmente durante la etapa temprana de la carrera de los científicos), dijo Martinez, fueron cruciales para el éxito de los investigadores.
Otros estudios han analizado los patrones de citas de los investigadores de América Latina que no co-publican con pares de países desarrollados en revistas reconocidas. En general, se ha observado que aquellos autores que publican sin visibilidad global tienden a recibir una baja cantidad de citas. Los investigadores reconocieron fácilmente que la colaboración amplía la visibilidad de la investigación científica. Sin embargo, escribieron, una cuestión todavía apremiante es entender si la baja cantidad de citas se debe a un “sesgo psico-social o diferencias reales en la relevancia científica de esos artículos”.
Colaboración y visibilidad
El grado de visibilidad global comúnmente depende del área de estudio en cuestión, dijo el físico atmosférico Paulo Artaxo, uno de los autores brasileños más citados del 2018. Por ejemplo, explicó, las ciencias ambientales combinan diferentes áreas de investigación y se desarrollan con múltiples colaboraciones. “Sin colaboración”, dijo Artaxo, “olvídalo… no puedes hacer mucho”.
Artaxo se aventuró en la ciencia global hace 40 años cuando estudió los efectos de la quema de biomasa en el Amazonas con el químico atmosférico holandés Paul Jozef Crutzen. Más tarde, Crutzen lo invitó al Instituto Max Planck, donde Artaxo empezó a hacer conexiones con renombrados científicos de todo el mundo.
“Fui afortunado de estar en el área correcta en el momento correcto”, dijo Artaxo, ahora afiliado a la Universidad de São Paulo. “El número de citas de mis artículos lo refleja”.
Artaxo enfatizó que las citas para nada son un factor determinante en la calidad de la investigación, aunque sí recalcó que la visibilidad global es la principal recompensa de publicar en revistas de alto rango. En 2022, ninguna revista publicada en Latinoamérica apareció en las listas de las publicaciones mundiales con los más altos factores de impacto; dichas revistas son más vulnerables a las condiciones económicas, e incluso al cierre. Invertir años de trabajo en investigación sólo para publicar en una revista que “morirá rápido” porque no tiene lectores, dijo Artaxo, es una “pérdida de tiempo, dinero y todo”.
La lucha de Latinoamérica por la visibilidad
La ciencia occidental se ha establecido como la autoridad epistémica. Determina qué ciencia es la “mejor” a través de su modelo de evaluación, además de quiénes son las personas correctas para evaluarla. De esta manera, “las revistas del Norte Global son las guardabarreras de… la ‘calidad’ de la investigación”, dijo Hebe Vessuri, una antropóloga social argentina del Centro de Investigaciones en Geografía Ambiental (CIGA) de la Universidad Nacional Autónoma de México.
En el Norte Global, los parámetros de evaluación se basan en las citas, y estos han sido adoptados en gran medida por las instituciones latinoamericanas: si los investigadores quieren un puntaje alto, tienen que publicar en revistas con alto factor de impacto, este último determinado por los estándares tradicionales del Norte Global. Publicar en estas revistas implica el tener que desarrollar investigación dentro de los intereses del Norte Global. En la mayoría de los casos, la ciencia local no está dentro de esos objetivos.
Los firmantes de la Declaración de San Francisco de Evaluación de la Investigación recalcaron que es indispensable evaluar la investigación bajo sus propios méritos en vez de tomar en cuenta la revista en la que la investigación está publicada.
El modelo de evaluación actual que está basado en citas ha sido criticado por años. En 2012, durante la reunión anual de la Sociedad Americana de Biología Celular, editores de revistas académicas de todo el mundo enlistaron una serie de recomendaciones para mejorar las prácticas de evaluación de las agencias financiadoras, instituciones y otras organizaciones. La llamada Declaración de San Francisco de Evaluación de la Investigación, señaló la necesidad de eliminar el uso de los factores de impacto de las revistas como el factor base para asignar financiamiento o para evaluar el avance profesional. Los firmantes recalcaron que es indispensable evaluar la investigación bajo sus propios méritos en vez de tomar en cuenta la revista en la que la investigación está publicada.
Aún así, encontrar una forma eficiente de resolver el problema es mucho más complejo que una reflexiva y bienintencionada declaración.
Concentrar tanto poder en las publicaciones del Norte Global ha provocado que los científicos tengan menos interés en publicar en las revistas nacionales o regionales de Latinoamérica. (Algunas veces, los países de la región luchan contra la fuga de cerebros, la cual provoca la pérdida de investigadores hacia el Norte Global). El prestigio profesional de estas revistas, en las que se publica la mayoría de la investigación científica regional, ha empeorado debido a crisis políticas y económicas. Latinoamérica tiene una de las tasas más bajas de inversión en investigación y desarrollo, y esa inversión ni siquiera está bien distribuida: el 85% de la inversión científica total en toda Latinoamérica se concentra en Argentina, Brasil y México.
Para Vessuri, hay una delgada línea entre la importancia de una formación internacional de los científicos jóvenes y el perder los científicos necesarios para desarrollar la investigación nacional. Aquellos que se van comúnmente no vuelven, mientras que los que se quedan regularmente tienen como prioridad el producir investigación de valor para el Norte Global, dijo Vessuri. “Es una crisis intelectual de los Estados-nación… se vuelven meros apéndices del sistema internacional”.
La falta de recursos económicos para investigación, combinado con la necesidad de publicar en revistas internacionales, crea un círculo vicioso de publicación, en el cual los científicos del Sur Global se ven obligados a participar para así obtener recursos que les permitan mantener sus posiciones, incentivos económicos y otras oportunidades dentro del sistema.
Este problema ha existido por décadas y “continúa prácticamente igual”, dijo Claudio Amescua, jefe de la sección editorial del Instituto de Ciencias de la Atmósfera y Cambio Climático de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Para Amescua, el problema se origina no sólo en el dominio que tiene el modelo de evaluación del Norte Global, sino también en las etapas más tempranas de la educación de los investigadores de Latinoamérica. “Es la visión de cómo debería ser un científico, la importancia del prestigio, la importancia de dónde publicar”, dijo. Es la misma etapa en la que Pérez-Ángel sintió la presión de irse de Colombia.
Bajo esta línea, los investigadores pueden llegar a aislarse de Latinoamérica porque están en “otro mundo”, dijo Amescua. Sin embargo, hasta que la política científica de la región incentive la investigación y publicación nacional poco o nada cambiará, admitió. “Esto no significa que cada mundo debe de funcionar de manera independiente”, dijo, “más bien que deberían de funcionar de manera entrelazada”.
El modelo latinoamericano
A diferencia de las revistas privadas de alto impacto del Norte Global, históricamente, la mayoría de las revistas latinoamericanas han sido producidas por universidades públicas. Su financiamiento no depende de los autores o de las suscripciones, sino de los recursos que los gobiernos federales les asignan a las instituciones educativas. El “modelo latinoamericano”, como lo describe Amescua, ha operado con formato de acceso libre incluso antes de que el concepto se formalizara hace 20 años.
Al principio, las revistas latinoamericanas tenían como función diseminar la investigación de los científicos en las escuelas. La adopción de los parámetros de evaluación llevó a las revistas a formalizar sus estructuras y volverse competitivas internacionalmente.
Harta del hecho de que las publicaciones latinoamericanas se consideraran “literatura gris” comparadas con las revistas del Norte Global, la física Ana María Cetto consiguió la entrada de la Revista Mexicana de Física, una revista de ciencias físicas, al Science Citation Index Expanded.
Pero este no fue el único “gran paso” que Cetto tomó. La física buscó también reforzar la visibilidad e intercambio de conocimiento entre las naciones de Latinoamérica, así como con aquellas fuera de esta. Cetto empezó a discutir el problema con gente del Consejo Científico Internacional y de la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), con los cuales trabajó en ese período. “Deja de quejarte y haz algo al respecto”, recuerda Cetto que le respondieron. Así que lo hizo.
Las revistas latinoamericanas “son un vehículo de comunicación para una comunidad de científicos más jóvenes. Es ahí donde ellos pueden acceder al conocimiento sin tener que pagar o sin tener que pertenecer a una institución”.
Cetto y un grupo de científicos y editores latinoamericanos lanzaron el Sistema Regional de Información en línea para Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal (LATINDEX), un sistema de información bibliográfica que busca encargarse de la subrepresentación de Latinoamérica en los índices y las bases de datos producidos en el Norte Global.
Hoy en día, científicos de 23 países de habla hispana y portuguesa reúnen y diseminan información en LATINDEX, así como en otras bases de datos regionales para publicación científica como Redalyc y SciELO.
La creación de estas iniciativas es crucial para fortalecer la ciencia regional y el progreso de la educación científica, dijo Cetto. “Las revistas [nacionales] son un vehículo de comunicación para una comunidad de científicos más jóvenes. Es ahí donde ellos pueden acceder al conocimiento sin tener que pagar o sin tener que pertenecer a una institución. Es donde pueden aprender a publicar, entrenarse como revisores y hacer contactos con otros miembros de la comunidad”.
Aunque dichos proyectos definitivamente han incrementado la visibilidad de las revistas regionales, la relativa falta de recursos afecta incluso a las publicaciones bien posicionadas. Por ejemplo, la Revista Internacional de Contaminación Ambiental, donde Amescua ha fungido como editor ejecutivo por 15 años, ha tenido que negociar acuerdos de colaboración con otras universidades mexicanas para hacer frente a la falta de recursos. “Trabajamos en equipos de pocas personas…los más afortunados no llegan ni a cuatro personas contratadas de tiempo completo”, dijo Amescua.
En años recientes, las universidades públicas de Latinoamérica han invertido en paquetes de suscripción para que sus científicos puedan acceder y publicar en revistas de alto impacto del Norte Global. Amescua cree que los recursos financieros también se deberían de invertir en las revistas regionales.
“Nos quedamos sin fondos”, dijo Karenia Córdova, quien dirigió la revista de geografía Terra de la Universidad Central de Venezuela. Terra tuvo un reconocimiento importante entre los científicos venezolanos y extranjeros. Sin embargo, debido a la falta de recursos, en 2021 publicó su último número.
Cordova comentó que los problemas que enfrentó Terra son similares a los de otras publicaciones regionales. Sus problemas comenzaron cuando ya no fueron capaces de pagar y mantener el sistema DOI (digital object identifier), necesario para permanecer en las bases de datos académicas. A esto se le sumó no tener editores y personal necesario para publicar periódicamente la revista. (Cuando la revista cerró, Córdova era la única empleada de tiempo completo).
Los retos de infraestructura provocan una caída en el rango de impacto de las revistas, dijo Córdova, lo que perpetúa el sistema desigual al provocar que los científicos pierdan el interés por publicar en ellas.
Terra fue parte del boom de revistas venezolanas de finales de los 1990’s, una época en que la nación experimentó una inversión renovada en ciencia regional y arte. Sin embargo, los conflictos políticos y económicos se agravaron, y esta iniciativa perdió fuerza y financiamiento gradualmente. La crisis en Terra fue parte de importantes recortes presupuestales a las universidades del país. Durante los últimos 8 años, el número de revistas registradas de Venezuela disminuyó de 41 a 31 en la base de datos Scopus.
El declive de la inversión en revistas regionales también trajo consigo la pérdida de la producción científica nacional, dijo Córdova. Desde 2009, año con año los investigadores venezolanos han publicado cada vez menos artículos, dijo, y a finales de 2022, el país bajó del puesto 50 a 70 entre aquellos ranqueados en Scopus.
Para Córdova, la internacionalización es necesaria para mantener el interés de los investigadores. Pero para lograr que la producción científica nacional y regional crezca en paralelo, es esencial que se refuerce la acreditación de esas revistas.
Revistas con rangos intercuartiles bajos, los cuales sirven para evaluar la importancia relativa de una revista comparada con todas las revistas en su campo, tienen también repercusiones para las colaboraciones regionales. “Cada artículo publicado en una revista Q4 juega en contra de mi certificación como supervisor en programas doctorales, así como en concursos para financiamiento”, dijo José Arumí, un investigador en el Centro para Recursos Hídricos para la Agricultura y Minería de la Universidad de Concepción, Chile. “Por ello, dejé de enviar artículos a Tecnología y Ciencias del Agua, que es una revista mexicana que publica en español, con la que tengo una larga historia y [por la cual tengo] mucho aprecio”, dijo.
El idioma de la ciencia
Terra se vio obligada a recortar su planta de traductores incluso antes de que dejara de publicar. Córdova tuvo que empezar a traducir los títulos y los resúmenes de los artículos de Terra al inglés para aumentar su alcance. “Un título en español tiene un tercio de la visibilidad que tendría si lo publicaras en inglés en cualquier revista”, dijo.
El inglés es la lengua franca de la ciencia.
El inglés es la lengua franca de la ciencia. Por su puesto que tener un lenguaje común para compartir el conocimiento y crear redes es una ventaja para el progreso científico y la comunicación. Sin embargo, la prevalencia del inglés en un contexto que de por sí está dominado por el Norte Global, perpetúa todavía más la hegemonía cultural.
Los científicos latinoamericanos han señalado que esta hegemonía ha implantado una idea peligrosa en las comunidades del Norte Global y en aquellas que no pertenecen a dicha región: que lo que está escrito en inglés es de mayor calidad que lo que está escrito en español o portugués. Sin embargo, “publicar en inglés no es el problema”, explicó Pedro Urquijo, un investigador de geografía histórica de Latinoamérica del CIGA. Más bien, dijo, ser parte de un sistema que obliga a los investigadores a producir para revistas de habla inglesa sólo para ganar puntos y obtener calificaciones altas sin importar si su comunidad pueda leerlas: “ese es el problema”.
Alrededor de 1.5 mil millones de personas hablan inglés en el mundo, sin embargo, esta es la lengua materna de apenas la tercera parte de esta cifra. No es un secreto que aprender inglés en Latinoamérica es un privilegio, y que muchas universidades de renombre en la región promueven la enseñanza de este idioma. No obstante, el nivel de dominio que alcanzan los latinoamericanos en estos sistemas podría ser insuficiente para enfrentar el mundo angloparlante, dijeron los investigadores, especialmente en carreras científicas.
“Cuando llegué a los EE.UU., pensé que sabía inglés, pero no” recuerda Pérez-Ángel. De hecho, el idioma fue una de los mayores obstáculos que enfrentó durante su doctorado. El haber vivido esta experiencia hizo que Pérez-Ángel fuera más consciente de los límites que conlleva la priorización del inglés. Para entonces, había ido ya a conferencias en las cuales los ponentes discutían la falta de datos de un problema específico del paleoclima de Colombia, y fue ahí donde su paciencia llegó a su límite. “[La información] sí existe, pero está escrita en español y no está publicada en una revista del Norte”, pensó Pérez-Ángel.
La ciencia del futuro
El conocimiento científico no es de acceso universal, dijo Pérez-Ángel. De acuerdo con la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, Ciencia y Cultura, sólo 1% del número total de artículos publicados en revistas científicas en 2020 estaban escritos en español o portugés, comparado con el 95% en inglés.
Pero Pérez-Ángel, junto con otras geocientíficas colombianas, están tratando de cambiar esto.
En 2014, Pérez-Angel iba de regreso a casa después de una pasantía de campo. En el trayecto por autobús entabló una conversación con Carolina Ortíz, una geóloga de la Universidad de Florida. Juntas decidieron empezar un proyecto para compartir con amigos, colegas y familiares lo que estaban aprendiendo. Lo que empezó como una cuenta de Instagram en la que compartían fotos, eventualmente se transformó en una iniciativa de comunicación de la ciencia que busca compartir con el público en general y con sus pares científicos la investigación en geociencias que se hace en español.
Después de sus experiencias en el extrajero, Pérez-Ángel, Ortíz y Daniela Muñoz-Granados (una geóloga del Servicio Geológico Colombiano) se dieron cuenta que el proyecto podría generar más impacto y ser más útil si explotaban de sus capacidades bilingües. Así, GeoLchat (un nombre que eligieron para que se pueda entender en inglés y español) se formalizó en páginas de internet y plataformas de redes sociales. Al romper la barrera del lenguaje, GeoLchat le permite a las científicos crear una comunidad donde se puede compartir y aprender. “Tienes que crear puentes donde no los hay”, dijo Pérez-Ángel.
GeoLchat crea y traduce contenido interactivo, además de promover espacios de discusión. Estas actividades han permitido que forme una creciente y diversa comunidad interesada en las ciencias de la Tierra. Uno de los espacios más populares de GeoLchat, la serie de YouTube La Pola Geológica, ha reunido investigadores de Chile, Colombia, México, Puerto Rico y Venezuela para compartir su investigación y estimular discusiones con audiencias hispano y angloparlantes. Estas oportunidades, además de fortalecer a la comunidad latinoamericana, crean también una plataforma accesible donde se promueve la ciencia producida en español, para que los colegas del Norte Global puedan acceder a ella.
“Sería muy injusto que un idioma hablado por casi 500 millones de personas [como el español] no tenga sus propios espacios para publicación”.
“Es una forma de mostrar que muchas otras cosas están pasando, que ellos [científicos e instituciones del Norte Global] no conocen porque no están dentro de su zona de confort lingüística” dijo Pérez-Ángel. “La ciencia se hace con la misma calidad en muchos otros lugares, pero ellos no la ven porque están en el lado privilegiado, no están en nuestro lado donde tenemos que aprender otro idioma para poder comunicarnos”.
GeoLchat es parte de una comunidad mucho más amplia que defiende la idea de que es crucial apoyar la investigación escrita en español. LATINDEX, por ejemplo, considera el multilingüismo una “cuestión de principio”. Sus bases de datos aceptan revistas de toda Latinoamérica, pero uno de los criterios de calidad que da mejores puntajes es incluir un resumen de los artículos en español o portugués y en otro idioma. “Hay revistas en Latinoamérica que han decidido ya no incluir incluso eso [el resumen] en sus lenguas maternas”, dijo Cetto. “Queremos persuadirlos de adoptar buenas prácticas que sean favorables para la región… sería muy injusto que un idioma hablado por casi 500 millones de personas [como el español] no tenga sus propios espacios para publicación”.
Mantener al español y al portugués como idiomas científicos vivos es también una de las metas que buscan muchas revistas académicas en la región, dijo Amescua. Aún así, el modelo de publicación y comunicación latinoamericano se debe reforzar, defendió Amescua, “haciéndolo crecer con base en sus propias características, siendo congruente con su historia, con su desarrollo social para mantenerse como un par válido del Norte, y no como un solicitante de favores”.
La visibilidad global se manifiesta de distintas formas. Al voltear a ver cómo desarrolló su carrera, Pérez-Ángel se ha dado cuenta de que estar fuera de Colombia le ayudó a tener más confianza en que usará todo lo que ha aprendido para seguir estudiando el lugar donde creció. El trabajar en investigación enfocada a Colombia con sus colegas de Colorado, dijo Pérez-Ángel, le ha dado nuevos conocimientos, aprendizajes y perspectivas. Pero también hizo que se diera cuenta de que el profundo conocimiento que tiene sobre el clima, la geografía y la gente de Colombia es irremplazable.
Para Pérez-Ángel y muchos científicos latinoamericanos, sólo hay un camino de aquí en adelante: involucrar a todas las partes en una forma equitativa, inclusiva y diversa. “Esa es la verdadera ciencia del futuro”.
Datos de autor
Humberto Basilio (@HumbertoBasilio), Escritor de ciencia
Anthony Ramírez-Salazar (@Anthnyy), Traductor