This is an authorized translation of an Eos article. Esta es una traducción al español autorizada de un artículo de Eos.
Las ciudades del noroeste del Pacífico estadounidense y canadiense llevan mucho tiempo siendo incubadoras de políticas ambientales novedosas. Los gobiernos de Portland (Oregón), Seattle y Vancouver (Columbia Británica), por ejemplo, fueron de los primeros en promulgar límites de crecimiento urbano [Nelson y Moore, 1993; Hepinstall-Cymerman et al., 2011], planes de acción climática [Rutland y Aylett, 2008; Affolderbach y Schulz, 2017] y políticas de energía limpia.
Estas ciudades también comparten entornos geológicos similares — los volcanes activos de las Cascadas dominan sus horizontes orientales, mientras que al oeste, una zona de subducción oculta mar adentro amenaza con terremotos potencialmente catastróficos. Esta yuxtaposición de apertura a la innovación política y experiencia de vida junto a peligros tectónicos activos apunta a una forma no reconocida previamente en que las ciudades, en esta región y más allá, podrían aprender y aplicar importantes lecciones sobre resiliencia a otros riesgos — al aprender de los científicos de los observatorios volcánicos del mundo.
Los volcanes y los terremotos plantean riesgos particulares en el noroeste del Pacífico y en otros lugares, pero al igual que las zonas urbanizadas de todo el mundo, estas regiones ahora también se enfrentan a amenazas climáticas sin precedentes. Cada ciudad debe hacer frente a su propia combinación de peligros cada vez mayores derivados del calor extremo, los incendios forestales y el humo, el viento, el hielo, la subida del nivel del mar y las inundaciones. Las combinaciones de estos peligros, muchos de los cuales se producen a escalas y con frecuencias que van más allá que aquellas experimentadas por los miembros y líderes de las comunidades, están desbordando las capacidades de los gobiernos municipales para prepararse, responder y recuperarse.

Entre los mayores desafíos -y oportunidades- para las ciudades que intentan aumentar su resiliencia es adaptar las lecciones aprendidas en otros lugares a sus situaciones específicas.
Pocos gobiernos locales cuentan con personal especializado para adaptarse y responder adecuadamente en tiempo real a catástrofes que cambian y se agravan con rapidez [Fink y Ajibade, 2022]. Tampoco disponen de los recursos necesarios para educar al público sobre la creciente amplitud y gravedad de los riesgos exacerbados por el clima o para invertir en infraestructuras físicas y sociales suficientes para proteger a los residentes de los impactos catastróficos. Uno de los mayores desafíos -y oportunidades- para las ciudades que intentan aumentar su resiliencia es adaptar las lecciones aprendidas en otros lugares a sus situaciones geográficas, demográficas, políticas y económicas específicas.
Aquí es donde los enfoques de los vulcanólogos pueden ayudar.
Un modelo para cartografiar el riesgo local
Único entre los grupos que vigilan los riesgos naturales, el personal de los observatorios de volcanes y sus colaboradores – como lo ha sido uno de nosotros (J.F.) desde hace casi 50 años – deben comprender la gama de riesgos concentrados en un entorno geográfico determinado. Los equipos y centros que rastrean la sismicidad, los derrumbes, los flujos de escombros, los tsunamis, los huracanes, los tornados o las inundaciones típicamente trabajan en múltiples sitios a escala regional, nacional o mundial.
En cambio, la mayoría de los observatorios de volcanes, algunos de los cuales datan de mediados del siglo XIX, están situados a la vista de uno o varios volcanes específicos que son el centro de su atención. El personal de estos observatorios debe aplicar los conocimientos adquiridos de otros volcanes, y de la teoría general sobre los riesgos volcánicos, a las condiciones particulares de su sitio para evaluar y prever los riesgos locales.
Esta necesidad de adaptar los pronósticos se extiende hasta escalas metropolitanas e incluso a nivel de vecindarios. Por ejemplo, algunas zonas de Tacoma (Washington) están construidas sobre depósitos de flujos de lodo volcánico procedentes de erupciones anteriores del monte Rainier, mientras que los suburbios de Seattle, a menos de 30 kilómetros más al norte, se asientan sobre flujos piroclásticos consolidados procedentes de ese mismo volcán.
Nápoles, Italia, ofrece otro ejemplo: Los residentes de la parte oriental de la ciudad tienen que preocuparse por los productos explosivos que salen del Vesubio, mientras que los barrios occidentales cercanos a los Campos Flégreos se enfrentan a mayores amenazas por los gases volcánicos, el levantamiento del suelo y la contaminación de las aguas subterráneas. Las estrategias de alertas y evacuaciones, así como las necesidades de educación pública, pueden variar mucho de una comunidad local a otra.
Lo mismo ocurre con los riesgos climáticos urbanos, que pueden diferir drásticamente de una manzana a otra, en función de variables como la altitud, la cubierta arbórea, las prácticas de construcción, la zonificación y la proximidad al agua. Por ejemplo, la ciudad de Tacoma ha cartografiado la resiliencia ante el aumento del nivel del mar a nivel para cada manzana, mostrando las áreas que probablemente serán inundadas según diferentes escenarios climáticos.

Para ayudar a transmitir los riesgos de la actividad volcánica que varían geográficamente, los vulcanólogos de los observatorios elaboran mapas detallados de peligrosidad específicos de los volcanes en los que se centran. Estos mapas podrían servir de modelo para la nueva práctica de cartografiar los riesgos climáticos urbanos. Los mapas de peligrosidad de los volcanes podrían, por ejemplo, delimitar las zonas sujetas a flujos de lodo volcánico, eventos de colapso de domos o emisiones de gases, proporcionando a las comunidades información anticipada relevante a nivel local. Mapas similares de las zonas urbanas podrían indicar los peligros climáticos más probables o de mayor impacto a escala de vecindarios o incluso de manzana, o podrían resaltar en qué zonas de relieve múltiples peligros podrían provocar efectos compuestos.
De manera crucial, los observatorios volcánicos monitorean, mapean y comunican riesgos que no respetan límites municipales, estatales ni siquiera nacionales (por ejemplo, los flujos de lodo volcánico del Monte Baker en Washington pueden afectar los suburbios de Vancouver, Columbia Británica). Este enfoque indiferente a las fronteras ofrece un modelo valioso para prepararse y responder a las amenazas climáticas, las cuales se experimentan a través de distintas jurisdicciones, pero a menudo son abordadas de manera fragmentada por los gobiernos locales.
Llevar los peligros a casa
Otro paralelismo entre los observatorios de volcanes y las oficinas de resiliencia de las ciudades es que el personal de cada uno de ellos a veces debe alertar al público sobre eventos que están fuera del alcance de la experiencia vivida previamente por la comunidad. Por ejemplo, cuando los volcanes despiertan después de largos periodos de inactividad, como el Monte Santa Helena en 1980 o el Monte Pinatubo en 1991, típicamente muy pocos, si es que incluso alguno, de los residentes cercanos se han preocupado o preparado alguna vez para los peligros eruptivos.

De manera similar, los habitantes de las ciudades tienen dificultades para imaginar los peligros del cambio climático que nunca han enfrentado. Hace diez años, por ejemplo, los residentes de Portland — como nosotros — probablemente no habrían previsto temperaturas de 108°F, 112°F y 116°F en días sucesivos, como ocurrió en 2021. (Antes del evento de del domo de calor de ese año, la temperatura más alta registrada había sido de 107°F en 1981). De igual manera, probablemente no habríamos previsto períodos prolongados de aire cargado de humo que la EPA de EE. UU. designó como “insalubre para grupos sensibles” — antes de 2015, Portland nunca había experimentado tales condiciones — o incendios forestales que se acercaran a la zona metropolitana, como sucedió en 2017 y 2020. Tendencias similares de condiciones históricamente anómalas que ocurren con mayor frecuencia se están presentando en un número creciente de ciudades alrededor del mundo.
Los fallecidos cineastas Katia y Maurice Krafft, vulcanólogos famosos por su prolífica y cercana documentación de erupciones activas, reconocieron el problema de la falta de preparación de las comunidades ante los riesgos naturales tras la erupción del Nevado del Ruiz en Colombia en 1985. Aquel suceso acabó con la vida de 22, 000 personas, a pesar de que los geólogos habían advertido un mes antes sobre los mismos tipos de flujos de lodo que acabaron sepultando la ciudad de Armero [Voight, 1990]. Los Krafft dedicaron entonces sus vidas a hacer películas para ayudar a las poblaciones vulnerables a apreciar mejor los peligros desconocidos asociados a erupciones volcánicas poco frecuentes, pero potencialmente mortales.
Usando las herramientas de edición relativamente simples de las décadas de 1980 y 1990, los Krafft superpusieron imágenes de erupciones volcánicas violentas sobre paisajes distantes y panorámicas de ciudades familiares para las poblaciones locales en otros lugares, con el fin de captar su atención y provocar reacciones más viscerales que las que podrían generar las conferencias orales o los informes escritos.
Las oficinas de resiliencia urbana pueden aprovechar potentes tecnologías como la realidad virtual, la realidad aumentada y los teléfonos inteligentes equipados con LiDAR, así como las populares plataformas de medios sociales.
Las oficinas de resiliencia urbana actuales deben hacer lo mismo con sus residentes amenazados por nuevos extremos climáticos. Para ello, pueden aprovechar potentes tecnologías como la realidad virtual (RV), la realidad aumentada (RA) y los teléfonos inteligentes equipados con LiDAR, así como populares plataformas de redes sociales como TikTok, que se están utilizando ahora para complementar las herramientas tradicionales de evaluación de los riesgos volcánicos. Por ejemplo, la RV y la RA se han utilizado para comunicar el riesgo volcánico a las poblaciones locales y a los turistas que visitan el Monte Vesubio y las ruinas de Pompeya [Solana et al., 2008]. Y la RV combinada con motores de software de juegos ha permitido analizar la cartografía basada en drones de zonas de otro modo inaccesibles de la isla griega de Santorini, donde el asentamiento de la civilización minoica fue destruido por erupciones volcánicas en torno al año 1600 a.C. [Tibaldi et al., 2020].
Colaboración, no colonialismo
Una tercera similitud entre el trabajo de los vulcanólogos de los observatorios y los programas de resiliencia climática urbana es la necesidad de trabajar de manera colaborativa con expertos locales y residentes, pero evitando el “colonialismo científico“. Muchos de los volcanes más peligrosos del mundo se encuentran en países de ingresos bajos y medios. Los funcionarios y científicos de esos países a menudo se benefician de la ayuda de colegas de observatorios en otros países para evaluar e interpretar los riesgos volcánicos locales. Sin embargo, esta asistencia a veces genera resentimiento cuando los investigadores extranjeros recopilan y publican datos críticos sin reconocer adecuadamente ni incluir a los observadores locales.
El resentimiento también puede surgir en los esfuerzos relacionados con la resiliencia urbana. Muchas de las comunidades más vulnerables a las amenazas climáticas se encuentran en países y ciudades que carecen de grandes establecimientos científicos o presupuestos para implementar medidas de resiliencia. En contraste, los enfoques más visibles y prevalentes de resiliencia climática han sido desarrollados por y para comunidades más acomodadas. La barrera del río Támesis, construida hace décadas para proteger a Londres de inundaciones severas, fue un ejemplo temprano de esto; la infraestructura de Copenhague para gestionar lluvias intensas es un ejemplo más reciente.
Las instituciones adineradas a veces ayudan a asegurar recursos para apoyar a los gestores y personal técnico en áreas de bajos ingresos, quienes luego pueden comprender y relacionarse mejor con sus poblaciones locales y generar respuestas culturalmente apropiadas. Como gerente de sostenibilidad en la Oficina de Planificación y Sostenibilidad de la ciudad de Portland, uno de nosotros (M.A.) fue frecuentemente llamado a asesorar a funcionarios municipales de otros países. De manera similar, el Banco Mundial comúnmente trae asesores de la Unión Europea o de América del Norte para ser consultores en proyectos en África y Asia. Sin embargo, al igual que con los vulcanólogos, el objetivo de estos asesores en resiliencia urbana debe ser ayudar a los funcionarios locales a lograr autosuficiencia científica, en lugar de dependencia.
Dado que la mayoría de las ciudades comparten una serie de responsabilidades comunes -incluida la seguridad pública, la gestión del agua, la respuesta a emergencias y el mantenimiento de infraestructuras-, también comparten retos comunes a la hora de hacer frente al cambio climático
Dado que la mayoría de las ciudades comparten una serie de responsabilidades comunes -incluida la seguridad pública, la gestión del agua, la respuesta a emergencias y el mantenimiento de infraestructuras-, también comparten retos comunes a la hora de hacer frente al cambio climático (aunque su combinación específica de riesgos varíe). Por ello, las iniciativas de aprendizaje entre iguales han intentado llenar pronunciados vacíos en el conocimiento del clima a escala de las ciudades. Organizaciones no gubernamentales como el Grupo de Liderazgo Climático de Ciudades C40, la Red MetroLab, ICLEI-Gobiernos Locales por la Sostenibilidad y la Red de Ciudades Resilientes (creada a partir de la iniciativa 100 Ciudades Resilientes de la Fundación Rockefeller) han contribuido a aumentar la concienciación sobre las crecientes amenazas a las que se enfrentan las ciudades, así como sobre las mejores prácticas para responder a ellas. Los organismos federales de Estados Unidos, como la Agencia Federal de Gestión de Emergencias, el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano y la NOAA, también ofrecen directrices a los gobiernos locales.
Sin embargo, los funcionarios locales han criticado a veces los enfoques de estos programas y agencias de amplio alcance por ser demasiado prescriptivos o verticalistas. Incluso la idea de que existe un modelo único de «ciudad resiliente» al que deberían aspirar las «ciudades normales» ha recibido considerables críticas [Naef, 2022]. Lo que suele faltar es la aportación de expertos locales, incluidas voces indígenas, con los conocimientos y la amplia experiencia práctica necesarios para asesorar a sus ciudades sobre los retos a los que se enfrentan y sobre soluciones adecuadas, viables y adaptadas.

También en este caso, los vulcanólogos gubernamentales pueden ofrecer lecciones útiles. Agencias nacionales como el Servicio Geológico de Estados Unidos (con su Programa de Asistencia en Desastres Volcánicos), la Agencia Meteorológica de Japón, el Instituto Nacional de Geofísica y Vulcanología de Italia, el Instituto de Física del Globo de París de Francia y Ciencia GNS de Nueva Zelanda cuentan con equipos de vulcanólogos bien dotados que pueden desplegar en crisis emergentes. En lugar de actuar unilateralmente para recopilar datos o dirigir las respuestas, estos equipos ayudan a evaluar los peligros inmediatos al tiempo que apoyan a los científicos y funcionarios locales, con los que a menudo ya han establecido relaciones, para que se hagan cargo de los esfuerzos de respuesta tan pronto como sea práctico [Lowenstern et al., 2022].
Las organizaciones que se centran en la resiliencia climática urbana podrían seguir el modelo de estos programas para crear acuerdos similares que se asocien con los gobiernos de las ciudades y ofrezcan asistencia rápida durante las emergencias juntocon el desarrollo de recursos humanos a largo plazo. Estas asociaciones no tienen por qué ser prescriptivas ni considerarse puramente altruistas. Los países menos desarrollados pueden ofrecer lecciones clave a sus homólogos más ricos, que quizá estén empezando ahora a hacer frente al tipo de perturbaciones climáticas a gran escala que han afectado a las economías emergentes durante muchas décadas. Anguelovski et al. [2014], por ejemplo, señalaron las lecciones de resiliencia de Durban (Sudáfrica), Quito (Ecuador) y Surat (India) que son relevantes para las ciudades del Norte Global que se enfrentan a nuevos retos.
Además, al igual que los observatorios de volcanes y los programas de intercambio internacional son fundamentales para formar a las futuras generaciones de expertos en erupciones, los nuevos programas centrados en ayudar a las ciudades vulnerables a prepararse para los desastres climáticos podrían incluir de forma similar la educación y la formación de futuros expertos en resiliencia como parte de sus estatutos.
Compartir los conocimientos necesarios
La transferencia de las enseñanzas de la vulcanología al ámbito de la resiliencia urbana empieza por iniciar conversaciones entre los vulcanólogos, especialmente los de los observatorios, y los responsables de la resiliencia de las ciudades.
La transferencia de las enseñanzas de la vulcanología al ámbito de la resiliencia urbana empieza por iniciar conversaciones entre los vulcanólogos, especialmente los de los observatorios, y los responsables de la resiliencia de las ciudades. Una de las principales motivaciones de este artículo es el reconocimiento de que estos grupos rara vez tienen la oportunidad de interactuar. (De hecho, no está claro dónde es más probable que un artículo como éste sea visto por ambos grupos). Desde 1998, la Asociación Internacional de Vulcanología y Química del Interior de la Tierra ha organizado 12 conferencias de Ciudades sobre Volcanes (CoV) en ciudades (como Portland) que se han visto o podrían verse afectadas por erupciones de volcanes cercanos. Sin embargo, en estas reuniones se han tratado casi exclusivamente los riesgos volcánicos; rara vez asisten representantes de ciudades no volcánicas y responsables de la resiliencia centrados en las amenazas climáticas.
El tipo de conversaciones que se necesitan podrían organizarse en el marco de una futura conferencia similar a la de CoV si se invitara a los responsables de resiliencia. La AGU podría patrocinar una conferencia de este tipo. Del mismo modo, el Banco Mundial (que promueve desde hace tiempo el intercambio mundial de información relacionada con la sostenibilidad urbana), la red MetroLab (una organización estadounidense que reúne a ciudades y universidades que estudian y aplican estrategias de resiliencia urbana) o fundaciones que apoyan la acción climática en las ciudades podrían actuar como anfitriones. Las Asociaciones para la Adaptación al Clima de la NOAA, que ofrecen investigación climática regional de alta calidad y están estableciendo relaciones duraderas con los responsables políticos locales, podrían ser un valioso colaborador en estos debates.
En este contexto, los vulcanólogos podrían explicar a los responsables de la resiliencia urbana cómo filtran y adaptan los conocimientos sobre un fenómeno mundial a las condiciones específicas de cada volcán, y cómo se comunican con las poblaciones locales para satisfacer sus necesidades concretas de seguridad. Estos debates podrían revelar ideas que preparen mejor a los gobiernos urbanos y a sus residentes para los peligros climáticos cada vez más peligrosos que se avecinan.
Referencias
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Anguelovski, I., E. Chu, and J. Carmin (2014), Variations in approaches to urban climate adaptation: Experiences and experimentation from the Global South, Global Environ. Change, 27, 156–167, https://doi.org/10.1016/j.gloenvcha.2014.05.010.
Fink, J., and I. Ajibade (2022), Future impacts of climate-induced compound disasters on volcano hazard assessment, Bull. Volcanol., 84, 42, https://doi.org/10.1007/s00445-022-01542-y.
Hepinstall-Cymerman, J., S. Coe, and L. R. Hutyra (2011), Urban growth patterns and growth management boundaries in the central Puget Sound, Washington, 1986–2007, Urban Ecosyst., 16, 109–129, https://doi.org/10.1007/s11252-011-0206-3.
Lowenstern, J. B., J. W. Ewert, and A. B. Lockhart (2022), Strengthening local volcano observatories through global collaborations, Bull. Volcanol., 84, 10, https://doi.org/10.1007/s00445-021-01512-w.
Naef, P. (2022), “100 resilient cities”: Addressing urban violence and creating a world of ordinary resilient cities, Ann. Am. Assoc. Geogr., 112, 2,012–2,027, https://doi.org/10.1080/24694452.2022.2038069.
Nelson, A. C., and T. Moore (1993), Assessing urban growth management: The case of Portland, Oregon, the USA’s largest urban growth boundary, Land Use Policy, 10, 293–302, https://doi.org/10.1016/0264-8377(93)90039-D.
Rutland, T., and A. Aylett (2008), The work of policy: Actor networks, governmentality, and local action on climate change in Portland, Oregon, Environ. Plann. D Soc. Space, 26, 627–646, https://doi.org/10.1068/d6907.
Solana, M. C., C. R. J. Kilburn, and G. Rolandi (2008), Communicating eruption and hazard forecasts on Vesuvius, southern Italy, J. Volcanol. Geotherm. Res., 172, 308–314, https://doi.org/10.1016/j.jvolgeores.2007.12.027.
Tibaldi, A., et al. (2020), Real world–based immersive virtual reality for research, teaching and communication in volcanology, Bull. Volcanol., 82, 38, https://doi.org/10.1007/s00445-020-01376-6.
Voight, B. (1990), The 1985 Nevado del Ruiz volcano catastrophe: Anatomy and retrospection, J. Volcanol. Geotherm. Res., 44, 349–386, https://doi.org/10.1016/0377-0273(90)90027-D.
Datos del autor
Jonathan Fink ([email protected]), Department of Geology, Portland State University, Ore.; also at Department of Earth, Ocean and Atmospheric Sciences, University of British Columbia, Vancouver, Canada; and Michael Armstrong, City Scale, Portland, Ore.
This translation by Saúl A. Villafañe-Barajas (@villafanne) was made possible by a partnership with Planeteando and Geolatinas. Esta traducción fue posible gracias a una asociación con Planeteando y Geolatinas.